“Quedaos en casa, volveremos más fuertes y tendremos más música que nunca, además de un baby-boom”, decía entre risas el español Andres Campo en la primera semana de confinamiento. De la noche a la mañana, DJs y productores de todo el mundo, como el resto de los mortales, se encontraron atrapados en sus casas, en sus estudios de producción.
“¿Tú me puedes conseguir una cámara para hacer streamings desde mi casa?”, me preguntaba un artista el primer fin de semana de confinamiento. En aquel momento, no éramos conscientes de lo que se nos venía encima.
Pavvla, una de las compositoras más llamativas de la escena emergente catalana -debutó en Primavera Sound en 2019-, tuiteaba: “Menos mal del sol… y de la música.” Y no podría estar más de acuerdo. Pienso en países más grises -la mayoría de los países europeos, de hecho- y se me hace durísimo imaginarme un confinamiento allí. Pero… ¿os imagináis un país en el que no hubiera música? ¿Os imagináis una cuarentena en silencio?
La música es una gran herramienta terapéutica. Pero, paradójicamente, es la propia música, y todo lo que ella conlleva -especialmente en el caso de la música de club-, lo que causa estragos en muchas mentes. Y, sobre todo, en las de sus creadores.
Rosana Corbacho es psicóloga especializada en artistas de música electrónica y fundadora de M.I. Therapy. Nos cuenta que, “en un estudio realizado en el Reino Unido acerca de las presiones típicas de la industria musical y la repercusión en los artistas, se describen resultados llamativos, como que el 71,1% de los entrevistados habían sufrido ataques de pánico y/o altos niveles de ansiedad y el 68,5% habían sufrido depresión, pero sólo el 30% había buscado ayuda profesional”.
La mayoría de los artistas sufren patologías, aunque no lo reconozcan, aunque no lo acepten, aunque ni siquiera sean conscientes de ello. Y eso, en un confinamiento como el causado por el Covid-19, puede agravar seriamente las cosas.
En una situación de emergencia como la que estamos viviendo, cualquier antecedente pone en mayor peligro a los artistas. En una industria ya de por sí bastante inestable e impredecible, el incremento de falta de control sobre los eventos externos es una fuente de tensión y sufrimiento.
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